Un gran Rey, queriendo persuadir a su familia para recitar el Rosario de la Virgen María, llevaba en su cinturón una gran Corona del Rosario, pero no lo usaba. Y así, todos los que vieron al Rey llevar el Rosario, hicieron lo mismo, y aún más, ya que ellos si lo rezaban.
El Rey, tan pronto como murió, vio que fue conducido al Juicio de Dios, y que debía ser condenado a los tormentos del Infierno, porque no había hecho casi nada bueno en su vida, y había cometido muchos pecados entre guerras, robos, blasfemias, orgullo, gula y varias otras cosas. Y, cuando se dictó la sentencia en su contra, la Virgen María se acercó al Juez, diciendo que tenía algo bueno a su favor, y le mostró la Corona del Rosario que el Rey había traído en la vida, pero que, sin embargo, no había rezado.
Por lo tanto, en un plato de la balanza se colocaron sus grandes males, y por el otro plato, su Corona del Rosario. ¡Una cosa maravillosa fue ver que el Rosario pesaba más que los pecados! Entonces los demonios, furiosos con la Virgen María, y maldiciendo toda clase de blasfemias, comenzaron a pesar el plato más alto de la balanza, diciendo que María había cometido una injusta improcedencia.
María, dirigiéndose al Rey, dijo:
"Aquí, te he obtenido de Mi Hijo, por este pequeño servicio que me has dado, para que vuelvas a la vida y añadirás buenas obras al plato de la balanza que tu prefieras".
Mientras tanto, el Rey que ya estaba muerto en su casa, tuvo que ser llevado a la tumba. Y de repente, ante los ojos de todos, volvió a la vida y dijo:
"Bendito sea el Rosario de la Virgen María, por el cual he sido liberado de la condenación del Infierno."
Desde entonces, cambió completamente su vida, y desde aquel día no sólo ha llevado el Rosario de María, sino que también le ha orado con gran devoción. Se cree que esto le sucedió a un Rey de España, en la época del Predicador Santo Domingo de Guzmán.
(De los escritos del Beato Alano de Rupe: “El Santísimo Rosario: El salterio de Jesús y de María”. (Libro 5).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario