EL CONDE BARTOLOMÉ DE ITALIA

En Italia había un Conde, llamado Bartolomé, famoso por su poder, vicios e iniquidad, que confesándose una vez a Santo Domingo, quien predicaba en esos lugares (solía confesar a hombres famosos y médicos, que lo buscaban, tanto por la fama, tanto por curiosidad; ciertamente no era como los Confesores de los Grandes Señores y Príncipes, por desgracia, que nunca les reprochaban por sus acciones), se enteró de que nunca se había confesado bien.
 

De hecho, él solía decirle a los otros Confesores, sólo la espuma de su pecados como muchos ahora lo hacen. Santo Domingo, entonces, (que tuvo la gracia especial de Dios de conocer las conciencias de todos los que se confesaban con él), sintió y vió con absoluta claridad, los innumerables pecados de su conciencia, de los cuales, nunca se había confesado y de que, anteriormente, no había tenido conciencia. A él, por lo tanto, que estaba muy arrepentido y que hizo buenas proposiciones, Santo Domingo, con el fin de examinar aún más profundamente su conciencia, le instó a recitar cada día el Rosario de la Virgen María, en la forma en que solía sugerirlo a los grandes y a los nobles. 

Y, dándole una Corona del Rosario con ciento cincuenta granos pequeños, y quince granos grandes, que dividían cada decena correspondiente en tres Coronas, le pidió que construyera cuidadosamente un Rosario notable, con quince granos grandes de varios colores, para recitar los Pater Noster, a la vista de los cuales, durante el recitamiento del Rosario, repensara en toda su vida y en sus pecados, para de este modo, recordar las gracias y beneficios de Dios, y para reflexionar sobre la Encarnación y la Pasión de Cristo, la Gloria de los Benditos y las penas de la los condenados.
 

Los primeros cinco granos grandes de la primera Corona tenían que ser así: el primer grano, tenía que ser pintado en diferentes colores, indicando sus diversos pecados, los 150 pecados del mundo, y tantos dolores y miserias. El segundo grano, tenía que ser amarillo, lo que indica la muerte y sus 150 amenazas. 

El tercer grano, tenía que ser rojo, indicando el Juicio, tanto particular como Universal, y sus 150 terribles realidades. El cuarto grano, tenía que ser negro, que indica el infierno, y sus 150 penas diferentes. El quinto grano de oro, indicando la Gloria del Paraíso, y sus 150 Gozos. Los cinco granos grandes de la segunda Corona, que él construirá, tenían que ser así: el primer grano, iba a ser la efigie del Crucifijo, para indicar la Pasión de Cristo con sus 150 Frutos que, a través de El, han venido a nosotros. El segundo grano, iba a ser la efigie de María con Cristo el Niño, para indicar la Encarnación de Cristo y los 150 Gozos de la Virgen María. El tercer grano, iba a ser un Anillo, para indicar el Matrimonio de María la Virgen con Dios Padre, y, en virtud de esto, también del alma consagrada a Dios, que recibiría tantos privilegios. 

El cuarto grano, iba a ser un cordero, indicando la Misericordia de Dios que se daría a todos los que rezarán los 150 granos del Rosario de la Virgen María. El quinto grano, iba a ser una piedra en forma de sol, con muchos rayos: el sol tenía que tener el rostro de Cristo de la Sábana Santa de Verónica, para indicar las 150 bendiciones que llegan a los Benditos de la hermosa vista de Cristo, especialmente a aquellos que recen el Rosario de la Virgen María. En la tercera Corona del Rosario, entonces, tenían que ser otros cinco granos grandes de maravilloso significado.
 

El primer grano, tenía que ser en forma de una hermosa manzana, para indicar los 150 Frutos del Paraíso, que se darán a aquellos que recen el Rosario. El segundo grano, iba a ser una copa vacía, con forma de brote de rosa, para contener las Reliquias de los Santos, para indicar las 150 Ayudas, que se darán a los que rezarán el Rosario. El tercer grano, iba a ser en forma de llave, indicando que las Llaves del Infierno serán alejadas de ellos, y que las Llaves del Cielo junto con los 150 Tesoros del Cielo serán entregadas a ellos. 

El cuarto grano, iba a ser un dinero, en el que tenía que ser grabado el Nombre de Jesús para indicar la Santa Eucaristía, después de recibir la cual morirán los que rezan el Rosario de la Virgen María. El quinto grano, tenía que ser en forma de cubo, en forma de copa, vacía por dentro, para indicar los Sacramentos de la Iglesia, que son medicinas para el alma, y en los que recibirán 150 Beneficios, correspondientes a las quince capacidades del hombre, multiplicadas por los Diez Mandamientos de Dios, y tantos méritos y premios, como se ha dicho más explícitamente en otros lugares.
 

Así, este Conde, en un año progresó tanto, que el diablo, conmovido por la envidia, le hizo la guerra. Un día, durante una vigilia, decidió derrotarlo definitivamente y anudó su Rosario al cuello del diablo y lo sometió a su poder. Luego lo tiró al suelo, y lo golpeó con los pies, mientras gritaba y aullaba horriblemente, jurando que nunca más lo lastimaría, si lo dejaba ir, y después de golpearlo, lo dejó ir, y el diablo nunca volvió a él. 

El Conde, habiendo visto el valor del Rosario de la Virgen María, con quien había apretado al diablo por el cuello, ya que poseía un hermoso Castillo que estaba completamente deshabitado, debido a los demonios que lo infestaban, y se manifestaban horriblemente y amenazantes, hizo pintar en las paredes muchas Coronas del Rosario. Y así, los demonios, que siempre venían de noche y gritaban horriblemente, desde entonces no se atrevían a entrar en el Castillo. Finalmente, le preguntó a la Virgen, que se complaciera en mostrarle al menos uno de los Gozos del Cielo. Poco tiempo después, mientras oraba devotamente, recitando Su Rosario, vio a un Angel de Dios tomar de sus manos su Corona del Rosario de 150 piedras preciosas, y llevándolo con gran alegría al Cielo, lo entregó a la Santísima Virgen María. Y tan pronto como Ella lo tenía en sus manos, esas 150 piedras preciosas de su Corona del Rosario, se convirtieron en montañas de piedras preciosas con las que María construyó un Palacio de grandeza y belleza, casi infinitas. Bartolomé, después de ver esto, se propuso no recitar un solo Rosario, sino muchos, de modo que, en todos los lugares en los que el estaba y a todas horas, siempre oraba el Rosario para construir en el Cielo muchos Palacios. Más tarde, la Virgen se le apareció, y le anunció su muerte, y murió en la mayor devoción. Amén.
 

(De los escritos del Beato Alano de Rupe: “El Santísimo Rosario: El salterio de Jesús y de María”. (Libro 5).

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