Predicó de tal forma Santo Domingo el rosario entre los soldados católicos que se oían con más fuerza las ave marías que el sonido de las balas durante las batallas. Había un caballero de Bretaña, llamado Alano del Valcoloara que por consejo de Santo Domingo rezaba el rosario de rodillas todos los días. Dios le
concedió a este caballero muchos favores en sus batallas. Un día se vio rodeado de muchos herejes que con sus armas se dirigían hacia el. Alano no tenía ninguna posibilidad de derrotar el solo a tan alto número de combatientes. En ese momento se le apareció la Reina del cielo a la vista de sus enemigos y acometiendo a los herejes, hizo en ellos notable matanza con piedras que les tiraban aquellas manos santísimas. Viendo los soldados las piedras pero no las manos se percataron de que el Cielo estaba del lado de los católicos. Todos los escuadrones de los herejes fueron derrotados.
En otra ocasión se hallaba Alano del Valcoloara navegando con su tropa cuando se desató una terrible tormenta. El barco empieza a hundirse y todos los caballeros católicos se preparan para una muerte segura. De nuevo aparece la Santisma virgen para ayudarles. El barco logró seguir navegando hasta llegar al
puerto. Tras esta experiencia Alano fundó un convento de la orden de Santo Domingo, tomó el hábito y se convirtió en un insigne predicador del Santo Rosario y de las gracias que recibió de la Santísima Virgen María.
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