Vivía en Lombardía, un Sacerdote ermitaño, que es recordado con admiración, por la veneración que
tenía a la Madre de Dios y por la devoción al Santo Rosario, que lo distinguió por los muchos triunfos
espirituales que logró. Vivió durante varios años en lugares deshabitados lejos del mundo, y allí, llevaba
una vida solitaria y ascética, en austeridad y rigor, y poseía una reputación de santidad entre las gentes de
los pueblos de alrededor. La edad venerable y el ejemplo extraordinario, sus obras muy maravillosas, la
Fuerza de sus exhortaciones catequéticas, y el beneficio que los extraños solían recibir de él, extendieron
la fama del hombre, que por la continua afluencia de hombres que venían a él desde todos los lados,
parecía casi que su ermita se había mutado en un anfiteatro sin espectaculos, para su aflicción y
arrepentimiento.
Después de cumplir eficientemente sus solemnes deberes del Sacerdocio, dedicaba el resto del día a
sus ocupaciones Sagradas, y se aplicaba con verdadero corazón al Rosario de Jesús y de María, recitando
estas oraciones y elevando la mente para contemplar y meditar los Misterios. Y así recitaba los Santos
Misterios del Rosario. El eremita recibía visitas de aquellos que buscaban consuelo, o pedían consejo, o
solicitaban ayuda espiritual, y siempre los instó a ser devotos de la Madre de Dios y a recitar el Rosario, y
a recitarlo en su totalidad. Y cuando una multitud de peregrinos llegó, entonces él recitaba junto con los
visitantes el Santo Rosario, predicando al finalizar cada Misterio una espléndida reflexión, de gran grosor
sobre la Dignidad, la Eficacia, la Necesidad y la Facilidad del Rosario, predicando con gran elocuencia y
fervor.
El diablo vio el fruto que recibían las almas y como con esta devoción eran liberadas de su poder y
sintió envidia. Por lo tanto, lleno de astucia e ira, por la noche lo despertaba y se lanzaba contra él con
furia, utilizando mil artificios y engaños. Durante la noche y el día lo hacía tambalear todo, y
atormentaba al santo con terribles tentaciones, pero él se mantuvo firme a la Roca de Cristo. También le
dio golpes feroces escondiéndose en el viento. A menudo se arrojaba contra él en formas monstruosas y
de repente inculcaba en él, el terror con visiones sombrías, y de repente Satanás, mientras él
celebraba la misa, se burlaba abiertamente, lo empujaba, lo asustaba y abusaba de él. El terremoto,
entonces, sacudía todo, los truenos rugían, los relámpagos relampagueaban; a veces parecía que todas
las cosas se movían.
Una vez, creyó que su celda estaba devorada por las llamas, y que desde el cielo había caído un
globo ardiente que hacía arder todo. En su desesperación humana, gritó: "Ayúdame, oh Virgen María".
Y no en vano. La invocada escuchó y se hizo visible, entregándole con la sublime Mano, la Corona del
Rosario, y tras acercar la Corona del Rosario a las llamas imaginarias, estas desaparecieron, y los
demonios, con grandes gritos, huyeron en desorden.
En otra ocasión, al permitir que Dios se lo permitiera, los espectros siniestros le rompieron la
cadera y lo golpearon, y él se acostó en la cama, inconsciente, herido y sangrando por todo su cuerpo.
La Madre de Dios, vino al rescate del moribundo, e inmediatamente lo trajo de vuelta a su plena salud.
Y cuando, con una furia horrible, los demonios hundieron la ropa de cama del Santo en un barranco,
María vino al rescate de su Rosariante e inmediatamente, lo levantó y lo colocó en otro lugar.
Y estas son las maravillas del Rosario de María, compuesto por ciento cincuenta Ave Marías, junto
con quince reflexiones sobre el Sacerdocio, que se meditan con ventaja durante la recitación del Rosario.
Es bueno ante todo, que los Sacerdotes lo recen cada con frecuencia, con el fin de preservar los Privilegios
de su Poder Sacerdotal y los Laicos lo reciten diariamente para honrar convenientemente al grandioso
Poder Sacerdotal, que fue concedido a los hombres en la tierra.
(De los escritos del Beato Alano de Rupe: “El Santísimo Rosario: El salterio de Jesús y de María”. (Libro
5).
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