SEXTA APARICION (1917)

SEXTA APARICIÓN (13/10/1917)
 

De las memorias de Lucía. (Día 13 de octubre de 1917).
 

“Salimos de casa bastante temprano, contando con las demoras del camino. El pueblo estaba en masa. Caía una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que fuese el último día de mi vida, con el corazón partido por la incertidumbre de lo que iba a suceder, quiso acompañarme. Por el camino se sucedían las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras. Ni el barro de los caminos impedía a esa gente arrodillarse en la actitud más humilde y suplicante. Llegados a Cova de Iria, junto a la carrasca, transportada por un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrase los paraguas para rezar el Rosario”.
 

De repente, muchos de los allí presentes percibieron el relámpago y entonces se formó un silencio sepulcral.
 

- ¡Silencio! ¡Silencio! Que ya viene Nuestra Señora. (Lucía)
 

Nuestra Señora vino y puso sus pies sobre las lindas guirnaldas de flores y las cintas con que la Señora da Capelinha había adornado el árbol. Los rostros de los tres niños tomaron una expresión sobrenatural. Las facciones se les tornaban más delicadas, sus labios se mostraban más delgados, el colorido de las mejillas más fino, sus ojos estaban fijamente concentrados en la Señora. No lograron oír a la madre de Lucía que les advirtió: “¡Mira bien hija! ¡Mira que no te engañen!”.
 

Poco después, vimos el reflejo de la luz y, seguidamente, a Nuestra Señora sobre la encina.
 

– ¿Qué es lo que quiere usted de mí?         (Lucía)
Quiero que hagan aquí una capilla en mi honor; pues soy la Señora del Rosario. Quiero que continúen rezando el Rosario todos los días. La guerra va a acabar pronto y los soldados volverán a sus casas.        (Santísima Virgen María)
– Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a algunos enfermos y si convertía a algunos pecadores; ... (Lucía)
A algunos, sí pero a otros no. Es preciso que se enmienden; que pidan perdón por sus pecados. (Santísima Virgen María)
 

Y tomando un aspecto muy triste dijo:
 

No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido.        (Santísima Virgen María)
- ¿Y eso es todo lo que me tiene que pedir?       (Lucía)
- No hay nada más.       (Santísima Virgen María)
 

“Y, abriendo sus manos, las hizo reflejarse en el sol. Y, mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol. Mientras la Señora del Rosario se eleva hacia el este ella tornó las palmas de sus manos hacia el cielo oscuro. Aunque la lluvia había cedido, nubes oscuras continuaban oscureciendo el sol, que de repente se escapa de ellas y se vio como un suave disco de plata”. (Lucía)
 

Sin quitar su vista de la radiosa Reina del Cielo, Lucía de repente grita a la gente: “¡Allá va! ¡Allá va allá! ¡Allá va!”.
 

Lucía al estar en un profundo éxtasis, no recordaba después haber dicho estas palabras, aunque Francisco y Jacinta y muchos otros distintamente si las oyeron.
 

“Mi fin no era llamar la atención de la gente hacia él, pues ni siquiera me daba cuenta de su presencia. Lo hice sólo llevada por un movimiento interior que me impulsaba a ello”.      (Lucía)
 

En ese momento de entre la multitud alguien gritó: “¡Miren el sol!”.
 

De las memorias de Lucía:
 

“Fue en ese preciso momento que las nubes rápidamente se dispersaron y el cielo se despejó. El sol estaba pálido como la luna. A la izquierda del sol, San José apareció con el Niño Jesús en su brazo izquierdo. San José salía de entre nubes luminosas dejando ver apenas su busto y junto con el Niño Jesús dibujaron por tres veces la Señal de la Cruz bendiciendo al mundo. Mientras San José lo hacía, Nuestra Señora estaba en todo su resplandor a la derecha del sol, vestida en azul y blanco como Nuestra Señora del Rosario. Mientras tanto, Francisco y Jacinta estaban bañados en los colores y señales maravillosos del sol, y yo tuve el privilegio de ver a Nuestro Señor vestido de rojo como el divino Redentor bendiciendo al mundo, como Nuestra Señora había vaticinado. Al igual que San José, era visible apenas su busto. A su lado estaba Su Madre Santísima con las características de Nuestra Señora de los Dolores, vestida de rosa, pero sin espadas en el pecho”.
 

Terminada esta visión, la Santísima Virgen se aparecía a Lucía otra vez en todo su resplandor etéreo usando finalmente el simple manto de Nuestra Señora del Carmen. Mientras los niños contemplaban extáticos a las celestiales visiones que se obraban en el cielo, los miles de testigos comenzaron a contemplar el inicio del milagro prometido por nuestra Señora. El sol había asumido un color extraordinario. Las palabras de los testigos oculares describen perfectamente estas señales sobrenaturales. Nuestro Señor, ya tan ofendido por los pecados de la humanidad y en especial por el trato a los niños por parte de los funcionarios del distrito, fácilmente pudiese haber destruido el mundo ese día memorable. Sin embargo, Nuestro Señor no vino a destruir, sino a salvar. Salvó el mundo ese día por medio de la bendición del bienaventurado San José y el amor del Inmaculado Corazón de María para con Sus hijos en la tierra.
 

De las memorias de Lucía:
 

Ya sabe Excia. Rvma. todo lo que pasó en este día de esta aparición, las palabras que más se me grabaron en el corazón, fue la petición de Nuestra Santísima Madre del Cielo:
 

“No ofendan más a Dios, Nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.

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