LA ITALIANA MARÍA, QUE NO QUERÍA REZAR EL ROSARIO Y SER PARTE DE LA COFRADÍA

En Roma, vivía la Italiana Maria, Matrona de noble linaje. Era una gran Dama ante el mundo, pero era
aún más grande y noble ante Dios, debido a sus Virtudes. Cuando Santo Domingo, en el Sacramento de la
Confesión, le dio como penitencia, orar todos los días, durante un año, el Rosario de María sin ningún
dolor de pecado mortal, si lo había omitido, pero sólo proponiéndolo como un aumento de gracia y
méritos. Ella sin embargo, rehusó hacer esta penitencia diciendo:
 

"Padre, no tengo tiempo libre, tengo otras oraciones para recitar, y ayuno muchas veces, Siempre uso el
cilicio y la cadena, y voy todos los días a las Iglesias de Roma para la compra de Indulgencias. Por eso no
puedo asumir la tarea del Rosario. Confío en que puedo ser salva por los méritos de los Santos y de las
buenas obras, aunque no recite el Rosario y no forme parte de Cofradías".
 

Al oír esto, él fue muy admirado por la gran devoción y santidad de la mujer, y aunque todavía trató de
persuadirla para que aceptara el Rosario, no sirvió de nada. La mujer, después de despedirse del
hombre santo, pensó en lo que ese hombre, de tan gran santidad y fama, le había dicho. Y conmovida por
el Espíritu Santo, que la inspiró en su alma, visitó todos los Monasterios y Refugios de la Ciudad de
Roma, y haciéndoles grandes limosnas, les rogó que intercedieran por su particular intención. Sin
embargo, nunca esta santa mujer había sido tan agitada y atormentada, y a menudo soñaba ver el
infierno abierto debajo de ella, como si quisiera tragarla. Y estaba tan oprimida por el miedo de
terminar en el infierno, que había perdido su fuerza espiritual. Desde entonces, durante unos doce
días, no había encontrado ayuda en ninguna parte. Fue a la Minerva, y allí escuchó un largo sermón de
Santo Domingo sobre las maravillas del Rosario de María, y permaneció allí, en la Iglesia, para escuchar
su celebración de la Misa. 

Y aconteció que, mientras Santo Domingo celebraba la Misa, la mujer se levantó repentinamente en espíritu a las Realidades Celestiales, donde se encontró ante el terrible Juicio de Dios, y fue fuertemente reprochada por desobedecer a Santo Domingo, quien era un fiel siervo de Cristo. Habiendo oído que había sido condenada a soportar durante unos meses los terribles castigos de los demonios, y ya empezando a sentir la dureza indescriptible de sus penas, en medio del sufrimiento decidió suplicar a la Virgen María para que se apiade de ella, y le rogó enérgicamente que la ayudara.
 

La Virgen María se le apareció, y tomando su mano derecha, la liberó del sufrimiento, y le dijo:
 

"¡Oh hija, oh hija, porque has sido desobediente por la inexperiencia, ahora tienes Misericordia!"
 

Y la Matrona vio poco después a Santo Domingo confesandole y dándole como penitencia, recitar el
Rosario de la Virgen María. La Virgen María le dijo:
 

"Aquí, oh hija, pondré este Mi Rosario en el plato de la Balanza, y en el otro plato habrá todas
tus penitencias corporales."
 

Tan pronto como María puso el Rosario en el plato de la balanza, el otro plato, donde había penitencias,
se levantó en el aire, y el plato con el Rosario cayó. María dijo:
 

"Ese es el valor que tiene Mi Rosario".
 

Y, poco después Maria le reveló, a través de otra Visión, que Su Cofradia del Rosario supera
infinitamente las Cofradias de los demás Santos, ya que María es superior a todos los Santos. Habiendo
visto esto, y habiendo escuchado de la voz de la Santísima Virgen, muchas otras Alabanzas sobre el
Rosario y Su Cofradia, la mujer dijo:
 

"Ay de mí, pecadora, que he ignorado, durante tanto tiempo tan grandes bienes."
 

Luego volvió a sí misma, y al ver pasar a Santo Domingo cerca de ella, humildemente se acercó a él, y le
dijo todo lo que había oído y visto, y aceptó su penitencia, que previamente había rechazado, junto con la
Cofradia. Y fue seguidora del Rosario y de la Cofradia, tanto ella como los miembros de su familia y
mientras vivió, protegió la nueva Orden de Santo Domingo como una Madre hace por sus hijos.
Finalmente, la Santísima Virgen María se le apareció en el momento de su muerte, y gloriosamente
condujo su alma a la Ciudad de los Cielos. Su cuerpo fue enterrado, con honor, cerca de los Frailes
Predicadores.

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