En un Monasterio, un Abad y su convento de frailes, durante mucho tiempo se vieron reducidos al
agotamiento por las grandes limitaciones, y vivieron de las dificultades. Habían caido en la pobreza por
los frecuentes robos y saqueos de los invasores, que ellos soportaban pacientemente. Porque entonces los
recursos ya no eran suficientes, y, en esos religiosos, avanzaba el miedo angustiado de los terribles
asaltos, a los que se enfrentaron durante tantos años, sin tener ayuda ni apoyo humano.
Ellos confiaron totalmente en el Cielo, y oraban con gran fervor. El Abad, sin embargo, añadió a
las celebraciones diarias, también la recitación del Rosario, y se mantuvo firme en el propósito. Y después
de un corto tiempo, el tormento y la violencia de los saqueadores disminuyeron, hasta que cesó por
completo. Los campos, las fincas y todas las demás propiedades de la Abadía, gradualmente, por
bendición Divina prosperaron, y hubo una abundancia de recursos y gozo para la recuperación.
Luego hubo un nuevo asalto de los saqueadores, que intentaron apoderarse de todas sus riquezas.
Sin embargo, por la intervención de la Divina Providencia, fracasaron en la incursión y huyeron.
¡Sucedió, de hecho, una cosa impresionante! Muchos de ellos fueron más tarde y atacaron una segunda y
tercera vez, aún más cegados por la locura y la codicia pero, en ambas ocasiones, cegados por una
oscuridad repentina, abandonaron el botín y huyeron, y nunca más vino ningun otro saqueador, debido al
terror que sintieron al acercarse al monasterio.
¡Sucedió, otro hecho impresionante! Muchos de los saqueadores fueron alcanzados por un rayo, y
murieron instantáneamente. Y desde entonces en esta Abadía hay paz y prosperidad
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