EL BARÓN ENCARCELADO

 Un renombrado Barón del Reino de Francia, por un malentendido, sufrió la feroz ira del Rey. Y después
de un largo encarcelamiento, fue sentenciado a prisiones perpetuas, con la sentencia final del Rey. Y de
ninguna manera se podría sacar de ese lugar; la paciencia del Barón, muy probado quien finalmente se
llenó de ira. Y era tan grande su ira que sus dientes cortaron sus dedos. Incluso dio mordidas a las
piedras y a todo lo que había en su celda. Y si no lo detuvieran las cadenas que lo inmovilizaban, se
hubiera descuartizado a si mismo hasta provocarse la muerte. Su esposa, una pia matrona cristiana,
fue a visitar a su furioso cónyuge en prisión, y le dio ayuda, ofreciéndole los méritos de la oración del
Rosario. Ella, de hecho, desanimada había renunciado a la ayuda humana, e hizo asignación total a la
Misericordia de Dios y a la Madre de Dios, arreglando firmemente la tabla de la salvación, en la estación
segura del Puerto Celestial. Allí encontró descanso. Y, con este fin, sin tregua, recitó con fervor
infinitos Rosarios, y los ofreció a Dios para la salvación de su esposo, suplicando por la intercesión de la
Madre Amorosa de Dios. Y Dios le consiguió lo que habia preguntado, debido a la fe, la esperanza y la
insistencia de esta mujer. Y sucedió, como ella había esperado.
 

Ella, sin embargo, le pidió a Dios que su esposo fuera salvo, incluso si él no lo rogaba. Entonces, la
Madre de la Misericordia, ganada por el Rosario, concedió la súplica de salvación al Barón, y ella misma
se la trajo. De hecho, él que nada pedía o esperaba, ni siquiera se lo imaginaba. Ella, bajando del Cielo, se
le pareció majestuosamente y levantó al pobre hombre del suelo. Lo levantó, a pesar de las cadenas que lo
apretaban. Y al levantarlo, las cadenas se derritieron. Le devolvió su valor y regresó a el su antiguo
vigor en su corazón. Finalmente sintió paz en su corazón. La Virgen María sanó las manos del
Encarcelado, lo restauró por completo en el cuerpo, lo liberó y lo envió al rey. Y proféticamente reveló los
secretos del Rey, que escondia en las profundidades de su propia conciencia, por qué se los revelaría a él
solo, y le advirtió que debía arrepentirse. Además, predijo los terribles males, que seguramente habrían
caído sobre él en el futuro, y que ya se alzaban sobre su cabeza y sobre el Reino, a los que podía remediar,
sólo si se arrepentía de sus malas obras. Pero si el Rey desdeñara con orgullo esa profecía, le tuvo que
informar que seguramente muy pronto el castigo anunciado caería sobre el.
 

El Rey, a la vista del Barón, se sorprendió, y se sintió sacudido al escuchar una amenaza tan
tremenda. Y no descuidó esa profecía y cuidó de su propia salvación. Y primero suplicó a Dios,
culpándose a sí mismo por sus faltas, y dándole gracias por su ayuda, siguió fielmente el consejo
que se le había dado, y tomó penitencia con un espíritu heroico. Y, al ver que el Rosario había sido tan
beneficioso para el Barón, (el Rey ya conocía el Rosario, pero lo recitaba muy raramente), delante de todo
el mundo tomó en su mano una Corona del Rosario, y cumplió su penitencia, la cual fue muy agradable a
Dios y favorable al Rey, preservando de este modo su poderoso Reino.
Por esta razón, salmodien a Dios con el Salterio de diez cuerdas del Rosario; salmodien a Dios,
meditando en la tercera parte de Cincuenta del Rosario, las cinco realidades aterradoras descritas, que
seguirán el Juicio, y durarán por la Eternidad. Si además, reflexionas piadosamente sobre estas cinco
meditaciones, las ocho bendiciones y los dos mandamientos esenciales, es decir: Lo que quieres que te
hagan, tú también haces a los demás; lo que no quieres que te hagan, tu no se lo hagas a los demás, harás
más fecundos los Rosarios recitados, a la Gloria de Dios y de la Madre de Dios, que es la Reina de los
Angeles, Nuestra Señora, la Bendita a lo largo de los siglos. Amén.

(De los escritos del Beato Alano de Rupe: “El Santísimo Rosario: El salterio de Jesús y de María”. (Libro
5).