EL ROSARIO DETUVO LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Durante los seis meses de las apariciones, fueron muchos los católicos, no solo en Portugal sino en todo el mundo, que obedecieron a la Reina del Cielo y rezaron cada día el Santo Rosario pidiendo como intención el fin de la Primera Guerra Mundial que estaban sufriendo. El 13 de Octubre vino a confirmarnos lo que ya nos dijo en las anteriores apariciones: “con el rosario podréis detener las guerras” y nos anuncia que gracias a esos fieles devotos del Santo Rosario la primera guerra mundial terminará pronto. La primera guerra mundial finalizó el año siguiente: el 11/11/1918.
De todos los milagros que hubo en Fátima, este ha sido el segundo milagro más grande después del milagro del Sol. En tiempos pasados hubo milagros similares como por ejemplo los que presenció Simón de Montfort, quien derrotó en varias ocasiones a los albigenses bajo la protección de la Virgen del Rosario. Simón de Monfort y sus hombres rezaban juntos el Santo Rosario antes de emprender sus batallas y la Santísima Virgen María siempre les ayudaba a salir victoriosos en todos sus combates. Hubo una batalla en la que con solo quinientos hombres desbarató a un ejército de diez mil herejes. En otra batalla, con mil infantes y ochocientos de caballería, hizo pedazos al ejército del rey de Aragón, el cual estaba compuesto de cien mil hombres. En otra batalla, con solo treinta hombres venció a tres mil herejes.
Algo similar sucedió en la famosa batalla de Lepanto en la que los musulmanes se presentaron con 320 naves y más de 100.000 soldados mientras que los cristianos eran tan solo 50.000 hombres. Si los mahometanos ganaban, toda Europa pasaría a ser esclava del islam. San Pio V ordenó a todos los católicos del mundo rezar el rosario sin cesar. En todas las iglesias del mundo se organizaron “rosarios perpetuos”. Había ejércitos de católicos rezando el Santo Rosario las 24 horas del día.
El día de la batalla, el viento era favorable a los musulmanes. Cuando los Cruzados hicieron el sonido de trompeta para comenzar la batalla, inmediatamente el viento comenzó a soplar en contra de los musulmanes. Los Cristianos a pesar de disponer de menos barcos y menos hombres, derrotaron con facilidad a los musulmanes. Durante la batalla San Pio V estuvo rezando el Rosario hasta que en un momento dado se le reveló místicamente que los suyos habían ganado la batalla.
“Los esclavos Turcos confesaron haber visto Ángeles con espadas sobre las galeras de los moros. Por este motivo en la sala real del Vaticano se pintó a San Pedro y San Pablo, y un ejército de Ángeles que por la armada de la liga peleaban contra el poder del infierno, y se batieron con la misma pintura”.
(“Vida y Hechos de Pio V, Pontífice”. “Don Antonio de Fuenmayor”).
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EL MILAGRO DEL SOL
De las memorias de Lucía. (Día 13 de octubre de 1917).
“Salimos de casa bastante temprano, contando con las demoras del camino. El pueblo estaba en masa. Caía una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que fuese el último día de mi vida, con el corazón partido por la incertidumbre de lo que iba a suceder, quiso acompañarme. Por el camino se sucedían las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras. Ni el barro de los caminos impedía a esa gente arrodillarse en la actitud más humilde y suplicante. Llegados a Cova de Iria, junto a la carrasca, transportada por un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrase los paraguas para rezar el Rosario”.
De repente, muchos de los allí presentes percibieron el relámpago y entonces se formó un silencio sepulcral.
- ¡Silencio! ¡Silencio! Que ya viene Nuestra Señora. (Lucía)
Nuestra Señora vino y puso sus pies sobre las lindas guirnaldas de flores y las cintas con que la Señora da Capelinha había adornado el árbol. Los rostros de los tres niños tomaron una expresión sobrenatural. Las facciones se les tornaban más delicadas, sus labios se mostraban más delgados, el colorido de las mejillas más fino, sus ojos estaban fijamente concentrados en la Señora. No lograron oír a la madre de Lucía que les advirtió: “¡Mira bien hija! ¡Mira que no te engañes!”.
Poco después, vimos el reflejo de la luz y, seguidamente, a Nuestra Señora sobre la encina.
– ¿Qué es lo que quiere usted de mí?
– Quiero que hagan aquí una capilla en mi honor; pues soy la Señora del Rosario. Quiero que continúen rezando el Rosario todos los días. La guerra va a acabar pronto y los soldados volverán a sus casas.
– Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a algunos enfermos y si convertía a algunos pecadores; ...
– A algunos, sí pero a otros no. Es preciso que se enmienden; que pidan perdón por sus pecados.
Y tomando un aspecto muy triste dijo:
– No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido.
- ¿Y eso es todo lo que me tiene que pedir?
- No hay nada más.
“Y, abriendo sus manos, las hizo reflejarse en el sol. Y, mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz proyectándose en el sol. Mientras la Señora del Rosario se eleva hacia el este ella tornó las palmas de sus manos hacia el cielo oscuro. Aunque la lluvia había cedido, nubes oscuras continuaban oscureciendo el sol, que de repente se escapa de ellas y se vio como un suave disco de plata”. (Lucía)
Sin quitar su vista de la radiosa Reina del Cielo, Lucía de repente grita a la gente: “¡Allá va! ¡Allá va allá! ¡Allá va!”. Lucía al estar en un profundo éxtasis, no recordaba después haber dicho estas palabras, aunque Francisco y Jacinta y muchos otros distintamente si las oyeron.
“Mi fin no era llamar la atención de la gente hacia él, pues ni siquiera me daba cuenta de su presencia. Lo hice sólo llevada por un movimiento interior que me impulsaba a ello”. (Lucía)
En ese momento de entre la multitud alguien gritó: “¡Miren el sol!”.
De las memorias de Lucía:
“Fue en ese preciso momento que las nubes rápidamente se dispersaron y el cielo se despejó. El sol estaba pálido como la luna. A la izquierda del sol, San José apareció con el Niño Jesús en su brazo izquierdo. San José salía de entre nubes luminosas dejando ver apenas su busto y junto con el Niño Jesús dibujaron por tres veces la Señal de la Cruz bendiciendo al mundo. Mientras San José lo hacía, Nuestra Señora estaba en todo su resplandor a la derecha del sol, vestida en azul y blanco como Nuestra Señora del Rosario. Mientras tanto, Francisco y Jacinta estaban bañados en los colores y señales maravillosos del sol, y yo tuve el privilegio de ver a Nuestro Señor vestido de rojo como el divino Redentor bendiciendo al mundo, como Nuestra Señora había vaticinado. Al igual que San José, era visible apenas su busto. A su lado estaba Su Madre Santísima con las características de Nuestra Señora de los Dolores, vestida de rosa, pero sin espadas en el pecho”.
Terminada esta visión, la Santísima Virgen se aparecía a Lucía otra vez en todo su resplandor etéreo usando finalmente el simple manto de Nuestra Señora del Carmen. Mientras los niños contemplaban extáticos a las celestiales visiones que se obraban en el cielo, los miles de testigos comenzaron a contemplar el inicio del milagro prometido por nuestra Señora. El sol había asumido un color extraordinario. Las palabras de los testigos oculares describen perfectamente estas señales sobrenaturales. Nuestro Señor, ya tan ofendido por los pecados de la humanidad y en especial por el trato a los niños por parte de los funcionarios del distrito, fácilmente pudiese haber destruido el mundo ese día memorable. Sin embargo, Nuestro Señor no vino a destruir, sino a salvar. Salvó el mundo ese día por medio de la bendición del bienaventurado San José y el amor del Inmaculado Corazón de María para con Sus hijos en la tierra.
“La gente miraba fijamente al sol sin que le dañara los ojos. Parecía como si se oscureciese e iluminase sucesivamente. Lanzaba manojos de luz a un lado y a otro, y todo lo pintaba de distintos colores, los árboles y la gente, el suelo y el aire. Pero lo más notable era que el sol no dañaba la vista. Todos clavaban la vista en el astro rey tranquila y sosegadamente. De improviso el sol se detiene y comienza a danzar y bailar; y otra vez y otra vez comienza a danzar y a bailar hasta que por fin pareció que se desprendía del cielo y venía encima de la gente. ¡Fue un momento terrible”! (Tío Marto)
"El sol producía diferentes colores, amarillo, azul y blanco e infundía un gran terror, porque parecía una rueda de fuego que iba a caer sobre la gente. Mientras el sol se precipitaba hacia la tierra zigzagueando vigorosamente, la multitud gritó aterrorizada, ¡Ay Jesús! ¡Qué aquí morimos todos! ¡Ay Jesús! ¡Qué aquí morimos todos! Otros rogaban por misericordia, ¡Nuestra Señora nos valga! Y rezaban el acto de contrición. Hubo hasta una señora que hizo confesión general y decía en alta voz: ¡Yo hice esto y aquello! Por fin el sol desvió hacia atrás a su órbita en el cielo. Todos dieron un suspiro de alivio. Estábamos vivos y había tenido lugar el milagro que los niños habían anunciado". (María da Capelinha)
El mismo día 13 a la noche escribía otro testigo, el Padre Manuel Pereira da Silva, una carta a un amigo suyo en que trataba de describir los sucesos del día:
“Inmediatamente aparece el sol con la circunferencia bien definida. Se aproxima como a la altura de las nubes y comienza a girar sobre sí mismo vertiginosamente como una rueda de fuegos artificiales, con algunas intermitencias, durante más de ocho minutos. Todo se quedó casi oscuro y los rostros de las personas eran amarillos. Todos se arrodillaron en la enlodada tierra”. (Padre Manuel Pereira da Silva)
El milagro del sol fue visto incluso desde localidades alejadas de Fátima como afirma el poeta Alfonso López Vieira quien se hallaba a cuarenta kilómetros del lugar en la localidad de Sao Pedro de Moel. Otro de los milagros fue que todos los allí presentes que estaban empapados debido a la lluvia torrencial, se secaron de repente. Cien mil personas dieron testimonio de todo lo que allí vieron, tanto creyentes como no creyentes, por lo tanto no hay posibilidad de farsa, error o ilusión. Dios en el Cielo había llamado a toda esta gente a juntarse a Él en Cova da Iria para prestar homenaje y gloria a Su Bendita Madre María y para que tanto ellos como las generaciones venideras dieran a conocer el famoso “milagro del sol”.
EL SOLDADO Y SU ESPOSA ENFERMA
De las memorias de Lucía:
En otra ocasión fue un soldado al que encontramos llorando como un niño; había recibido orden de partir a la guerra y dejaba a su mujer enferma en la cama con tres hijos pequeños. El pedía, o la salud de la mujer, o bien la anulación de la orden. Jacinta le invitó a rezar con ella el Rosario. Después le dijo:
"No llore; Nuestra Señora es tan buena, que seguro que le concede la gracia que le pide". (Jacinta)
Y no se olvidó jamás de su soldado. Al final del Rosario, siempre rezaba un avemaría por el soldado. Pasados algunos meses, apareció con su esposa y sus tres hijos para agradecer a Nuestra Señora las dos gracias recibidas. A causa de unas fiebres que le habían dado la víspera de la partida, quedó libre del servicio militar; y su esposa, decía él, fue curada milagrosamente por intercesión de Nuestra Señora.
JOSÉ DE OLIVEIRA RITO.
Era paralítico de la pierna izquierda y los médicos habían echo todo lo que pudieron con él. En octubre de 1917 su madre hizo varias promesas a la Virgen de Fátima y rezó varios Rosarios por su sanación. Se curó completamente.
MARÍA FRANCESCA ALOISI FITIPALDI.
Esta Italiana residente en Nápoles de 57 años, sufría disnea, lesión de corazón y úlcera de estómago. Su vida era un continuo sufrimiento ya que no podía hablar, ni tumbarse, ni salir de casa. El día 12 de octubre de 1917 vio desde su casa una multitud que se dirigía hacia Fátima y sintió mucha pena por no poder ir. Rezó y pidió a Nuestra Señora de Fátima algo de mejoría para poder descansar esa noche. Tras el rezo del Rosario sintió sueño, se tumbó y durmió toda la noche plácidamente. Cuando despertó por la mañana, estaba totalmente curada.
JOSÉ DAS NEVES.
Este niño de solo diez meses de edad cada día estaba más débil y más enfermo. Los médicos no sabían cual era su dolencia. Vomitaba todo lo que comía. Un día su madre le prometió a la Virgen ir al lugar de las apariciones y rezar allí el Rosario con su hijo si lo curaba. Hasta ese día rezó cada día el Santo Rosario pidiendo la curación de su hijo. Nuestra Señora aceptó el trato y su hijo fue curado.
MARÍA DA CONCEICAO.
Con solo 21 años sufrió un fuerte ataque de gripe después de una meningitis cerebro-espinal, tuberculosis y parálisis generalizada. Durante nueve días consecutivos rezó el Rosario y una estación del Santísimo Sacramento y se aplicó tierra de Cova da Iria disuelta en agua. A los nueve días desaparecieron por completo todas sus dolencias.
MARÍA MANUEL DOS SANTOS.
A la edad de 25 años padecía una coxalgia tuberculosa doble. Su hermana fue en peregrinación a Fátima para pedir por su sanación a Nuestra Señora del Rosario. Allí rezó muchos Rosarios por la intención de que su hermana fuera sanada. Cuando regresó a su pueblo, su hermana María estaba totalmente curada.
MANUEL GASPAR.
A los 35 años enfermó gravemente. Todo su cuero era una llaga. Pasaba días y noches dando gritos de dolor. Los médicos lo habían desahuciado al no ser capaces de encontrar un remedio para sus dolencias. El 13 de mayo, algunos de sus vecinos le trajeron agua y tierra de Cova da Iria. Desde ese día Manuel renunció a todas sus medicinas y solicitó a los que cuidaban de el que cubrieran sus heridas con tierra y agua de Fátima. Además, Manuel rezó a la Virgen María muchos rosarios pidiendo por su curación. Al cabo de unos días todas sus heridas cicatrizaron y recobró totalmente su salud.
Desde octubre de 1917 miles de enfermos de todos los rincones de Portugal han peregrinado a Fátima. Entre mayo de 1925 y diciembre de 1937, se registraron 14.726 curaciones milagrosas en el despacho médico del Santuario de Fátima. Solo en el año 1938 se contabilizaron 1.639 curaciones. El Padre Formigao y otros muchos sacerdotes dieron fe de numerosas curaciones milagrosas producidas por intercesión de la Virgen de Fátima.
Las curaciones de Fátima no son tan conocidas como las de Lourdes. Sin embargo hay registradas mas curaciones que en el Santuario Francés. Sería preciso escribir varios libros para incluirlas todas así que he elegido las que a mí más me han impactado. A continuación adjunto diez curaciones que se produjeron después de octubre de 1917. Todas ellas han sido recogidas del periódico “La voz de Fátima”.
JOSÉ DE OLIVEIRA CARVALHO.
Este empresario de veintiséis años de Oporto padecía el mal de Pott en las vertebras lumbares. Sus familiares son testigos de cómo José de Oliveira comenzó a rezar cada día el Rosario a la Virgen María pidiendo como intención que fuera sanado mientras bebía agua de Fátima. El doctor Soares junior manifestó por escrito el 25 de enero de 1925:
“Un especialista amigo mío declaró a la familia que al enfermo le quedaban, como máximo, ocho días de vida. Poco después se comprobó una mejoría extraordinaria en el paciente: desapareció casi de repente la fiebre, se cerró la fístula, recobró el movimiento de la pierna, cesaron los dolores lumbares y pudo levantarse por si mismo de la cama. Un mes después, había recuperado plenamente su aspecto anterior, sin ningún defecto ni incomodidad”.
TERESA DE JESÚS MARTINS.
En 1922, nada más casarse, enfermó a la edad de diecinueve años. Con bastante frecuencia vomitaba sangre. Tras ser sometida a diversas pruebas médicas le diagnosticaron hemoptisis en fase terminal. Abandonó el hospital para morir resignada en su tierra natal, Torres Vedras. Cada día antes de rezar el Rosario bebía un sorbo de agua de Fátima. Ya el primer día, durante el rezo del Rosario, remitió el dolor y la hemoptisis disminuyó. Continuó con esta practica cada día hasta que tres semanas después desaparecieron todos sus dolores.
MARIA JOSÉ DOS SANTOS NUNES.
Esta joven de veintiocho años enfermó de tuberculosis pulmonar en mayo de 1914. A finales de 1925, el mal se agravó con fuertes achaques intestinales. En enero de 1929, le sobrevino una enfermedad cerebral. Avisado de urgencia el célebre especialista portugués Egas Moniz, reconoció poco después a la familia que nada podía hacerse ya por María.
- Se trata de un tumor cerebral y dentro de pocos días la pobre morirá de forma horrible. (Doctor Egas Moniz)
Dos días después, Maria José sufrió dos graves crisis. La segunda se prolongó cuatro interminables horas, durante las cuales la infortunada se debatió entre dolores y convulsiones atroces. Apiadándose de ella, el médico asistente comentó a la familia, desolado: “Si continua así, oren al Señor para que se la lleve cuanto antes”.
Sus familiares recurrieron entonces a la Virgen de Fátima y, tras empapar unos pañuelos en el agua del santuario, se los aplicaron a la enferma en la cabeza. La moribunda recobró el conocimiento enseguida y permaneció estacionaria durante los días siguientes. Una de aquellas tardes, y tras hacer el voto de acudir a Fátima en peregrinación de acción de gracias si la Virgen la curaba, sucedió algo inexplicable que la propia enferma narraba así:
“Sentí un grado de confianza que jamás había experimentado en toda mi vida. Avisé a mi hermana, mi infatigable enfermera, y le rogué que rezase conmigo el Rosario a Nuestra Señora de Fátima. Antes de empezar, le dije en un arrebato de fe y llorosa, como estaba: “Madre mía Santísima, alivia y cura mis males”. Acto seguido, sorbí un poco de agua de Fátima... ¡Ah! Lo que experimenté en aquel momento no puedo describirlo con palabras... Proferí un grito prolongado... Mi familia acudió alarmada al oírlo, situándose alrededor de mi cama. Entonces les dije, sonriente:
- ¡No lloréis más! ¡La Santísima Virgen me ha escuchado! ¡No siento ya dolor alguno! ¡Estoy curada!
Los gritos habían sido fruto del desahogo.
El testimonio del médico es imprescindible incluirlo. Fue escrito el 8 de abril de 1929.
“Convencido de que la enferma viviría muy poco, y de que sería muy escaso el alivio que yo podría proporcionarle, no volví a visitarla hasta ocho días después. La paciente se halla hoy en óptimas condiciones. Ha recobrado todas sus facultades y resulta evidente su mejoría hasta en el aparato respiratorio”. (Doctor Egas Moniz).
MARGARITA DE JESÚS.
Esta chica de veinte años padecía el mal de Pott y llevaba quince meses ingresada en el Hospital de la Guarda, al cuidado del doctor Antonio Simao Saraiva, quien le había diagnosticado previamente “tuberculosis de la médula espinal y parálisis del vientre”. Llegó a Fátima más muerta que viva y fue examinada por el director del Hospital, Doctor Gens, y su equipo de cinco médicos. Todos ellos verificaron el diagnóstico del Hospital de la Guarda. Al menor contacto físico, Margarita se retorcía de dolor y decía:
- La Virgen de Fátima hará, por el poder de Dios, lo que nunca conseguirán los médicos. (Margarita de Jesús)
El 13 de mayo cuando comenzó la bendición de los enfermos, Margarita yacía moribunda en la camilla pero rezaba el rosario con más fe que nunca. De repente, los peregrinos gritaron con alborozo: “¡Milagro!” Margarita acababa de incorporarse y daba gracias a Dios por su curación. Los médicos se apresuraron a examinarla y posteriormente fue demostrado con toda clase de pruebas médicas que su enfermedad había desaparecido por completo.
- Este caso es sencillamente maravilloso y no se puede explicar a la luz de la ciencia. (Doctor Pimentel).
ENFERMEDAD DE LA MADRE DE LUCÍA DE FÁTIMA
De las memorias de Lucía:
El Señor debía complacerse en verme sufrir, pues me preparaba aún un cáliz mucho más amargo, que dentro de poco me daría para beber. Mi madre cayó gravemente enferma, hasta tal punto que un día la creíamos agonizante. Fuimos, entonces, todos sus hijos junto a su cama, para recibir su última bendición y besarle su mano moribunda. Por ser yo la más joven fui la última. Mi pobre madre, al verme, se reanimó un poco, me echó los brazos al cuello y, suspirando, exclamó:
"¡Mi pobre hija!, ¿qué será de ti sin mí? Muero con el corazón atravesado por ti". (Maria Rosa)
Y, prorrumpiendo en amargos sollozos, me apretaba cada vez más a su pecho. Mi hermana mayor me arrancó de sus brazos a la fuerza; y, llevándome a la cocina, me prohibió volver más al cuarto de mi madre.
– Madre muere amargada por los disgustos que tú le has dado. (Hermana mayor de Lucía)
Me arrodillé, incliné la cabeza sobre un banco y con una profunda amargura, como nunca había experimentado, ofrecí a nuestro buen Dios este sacrificio. Pocos momentos después, mis dos hermanas mayores, viendo el caso perdido, vuelven junto a mí y me dicen:
– Lucía, si es cierto que viste a Nuestra Señora, vete ahora a Cova de Iría. Pídele que cure a nuestra madre. Prométele lo que quieras, que lo haremos; y entonces, creeremos.
Sin detenerme un momento, me puse en camino. Para no ser vista, me fui por un atajo que hay entre los campos, rezando hasta allí el Rosario. Hice a la Santísima Virgen mi petición; desahogué allí mi dolor, derramando copiosas lágrimas, y volví a casa, confortada con la esperanza de que mi querida Madre del Cielo me daría la salud de la madre de la tierra. Al entrar en casa, mi madre ya sentía alguna mejoría; y, pasados tres días, ya podía desempeñar sus trabajos domésticos con total normalidad. Yo había prometido a la Santísima Virgen, si Ella me concedía lo que yo le pedía, ir allá, durante nueve días seguidos, acompañada de mis hermanas, rezar el Rosario e ir de rodillas desde lo alto del camino hasta los pies de la encina; y el último día llevar nueve niños pobres y darles al fin una comida. Fuimos, pues, a cumplir mi promesa, acompañadas de mi madre, que decía:
– ¡Qué cosa!, Nuestra Señora me curó, y yo parece que aún no creo. No sé cómo es esto. (Maria Rosa)
CURACION DE UN PADRE SOLDADO.
De las memorias de Lucía:
Un día, estaba haciéndole un poco de compañía a Francisco junto a su cama con Jacinta que se había levantado un poco. De pronto, viene su hermana Teresa a avisar que por la calle venía una gran multitud de personas sin lugar a dudas para hablar con ellos. Apenas Teresa había salido, les dije:
– Bien, vosotros esperaos aquí, yo voy a esconderme. (Lucía)
Jacinta consiguió aún correr detrás de mí, y nos fuimos a meter en una cuba que estaba junto a la puerta que da al huerto. No tardamos en escuchar el ruido de las personas que visitaban la casa y salieron al huerto, y estuvieron recostados en la misma cuba que nos salvó por tener la boca hacia el lado opuesto. Cuando notamos que se habían marchado, salimos de nuestro escondrijo y fuimos a ver a Francisco que nos informó de todo lo que había pasado:
"Era muchísima gente y querían que yo les dijese dónde estabais; pero yo tampoco lo sabía. Querían vernos y pedirnos muchas cosas. Había también una señora de Alqueidão que deseaba la curación de un enfermo y la conversión de un pecador. Yo pido por esta mujer; vosotras pedid por todos los demás que son muchos". (Francisco)
Esta mujer apareció, poco después de haber muerto Francisco, y me pidió que le dijese cuál era su sepultura pues deseaba ir a agradecerle las dos gracias que le había concedido. Íbamos un día camino de Cova de Iría y a la salida de Aljustrel fuimos sorprendidos por un grupo de gente en una curva de la carretera, que, para vernos y oírnos mejor, pusieron a Jacinta junto conmigo encima de un muro. Francisco no quiso dejarse colocar encima. Después fue escapándose poco a poco y se arrimó a un muro viejo que había enfrente.
Una pobre mujer y un niño al ver que no conseguían hablarnos en particular como deseaban, fueron a arrodillarse delante de él para pedirle que les consiguiera de Nuestra Señora la cura del padre y la gracia de no ir a la guerra (eran madre e hijo y pertenecían a la feligresía de San Mamede, y les llamábamos los Casaleiros). Francisco se arrodilla también, se quita la caperuza y pregunta si quieren rezar con él el Rosario. Ellos dicen que sí; y empiezan a rezar. Al poco tiempo toda aquella gente, dejándose de interrogantes curiosos, están también de rodillas rezando.
Más tarde nos acompañan a Cova de Iría. Durante el camino rezan con nosotros otro Rosario; y, allá en el lugar de las apariciones, otro; y se despiden satisfechos. La pobre mujer promete volver allí para agradecer a Nuestra Señora las gracias que piden, si las alcanzan, Y volvió varias veces, en unión no sólo del hijo, sino también del marido ya curado.

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