Había un Maestro de Escuela, de vida perversa, que tenía como alumnos a los hijos de sus conciudadanos. Sedujo a las hermosas madres de sus escolares, pidiendo a los niños hebras de pelo de las madres, y con las artes mágicas sedujo a las que deseaba. Un día, la esposa de un noble hombre se dio cuenta de que su hijo iba en busca de su pelo, y, sin fingir nada, le preguntó a su hijo por qué los quería. Su madre entonces le dio mechones de su cabello en un paño, y le dijo que se los diera al Pedagogo, mientras ella desde lejos, observaría lo que sucedería. Y he aquí, el cabello comenzó a moverse girando a manos de los demonios y en la casa todo estaba moviéndose y en agitación. Su hijo no quería hablar, pero finalmente le confesó la verdad.
La mujer entonces informó a su marido que hizo arrestar al Pedagogo, y por este crimen, fue condenado a prisión perpetua, donde tendría que estar cada día a pan y agua. Había entre los otros prisioneros, otro prisionero, también en prisión por su vida corrupta, y que había estado allí durante mucho tiempo, como él mismo le dijo. Al ver venir a su compañero de cautiverio, lo consoló y suavemente lo instó a tener paciencia. Entonces el Maestro le preguntó cómo podía tener paciencia, y él le respondió que había obtenido, no sólo eso, sino también todos los demás bienes, gracias a una oración, que se llamaba "el Rosario de Nuestra Señora", e invitó a su compañero prisionero a recitarlo los dos juntos. Su compañero estuvo de acuerdo, pero le dijo:
- Si el Rosario, como tu me dices, es tan beneficioso, ¿porque aún tu no estas libre de la cárcel?
El le respondió:
"Yo habría sido libre desde hace mucho tiempo. Me preguntaron hace treinta años si quería salir pero yo no quería, todavía no quería salir. Lo más importante para mí es hacer penitencia. Y al mismo tiempo, tengo miedo de volver a sentir mis malas inclinaciones y retroceder en las faltas que cometí en el pasado. Y el pan y el agua de lo que me alimento, son los alimentos más agradables para la Virgen María, a quien sirvo, y de esta forma hago penitencia".
Al escuchar estas palabras, el Pedagogo se dedicó diariamente al Rosario y oró con su compañero desde la cárcel. El Maestro, sin embargo, mientras oraba estaba siempre inquieto y agitado, y así fue aún más el segundo año, y mucho más, el tercer año. Un día, cansado de la prisión, se dirigió a la Santísima Virgen:
"Oh Reina mía, si quieres liberar a tu siervo, Te ofrezco toda mi vida, y me consagraré a Tu servicio".
En ese instante, la Madre de la Misericordia se le apareció y le preguntó si se mantendría firme en lo que acababa de prometer. El confirmó plenamente su promesa. Y Ella lo liberó de la cárcel, transportándolo libre a un lugar habitado lejos de allí, para que él hiciera el servicio que había prometido. Se convirtió en Maestro en las escuelas locales y enseñó a los alumnos a rezar el Rosario de María. Y así, en poco tiempo, casi tres mil de sus alumnos se comprometieron a recitar el Rosario. Cada mañana, de hecho, antes de comenzar la escuela, se encontraban los alumnos con su Maestro rezando el Rosario, y oraban con él.
Y esta oración también se transmitió a sus padres, porque los alumnos, cuando regresaban de la escuela, de nuevo, piadosamente, se recomendaban a la Virgen María, recitando Su Rosario. Luego ocurrieron dos acontecimientos: primero, un incendio destruyó muchas casas, pero se salvó la casa del Maestro, y las de aquellos padres cuyos hijos recitaban el Rosario de María. Y la escuela, a pesar de estar en medio del fuego, permaneció intacta, lo cual fue un claro signo obvio de la fuerza del Rosario.
El segundo evento fue un saqueo. Ese lugar fue invadido y saqueado por soldados enemigos pero gracias a la Virgen María, se salvó la casa del Maestro y las de los otros que recitaban el Rosario. Ninguno de ellos fue saqueado. Los saqueadores no pudieron encontrar ninguna puerta, ninguna ventana o alguna otra entrada, y regresaron con las manos vacías. Finalmente, la Santísima Virgen María, trasladó al Maestro a otro lugar distante, para que también llevara esos mismos frutos a otro lugar, y de la misma manera, a sus numerosos Alumnos, anunció el Rosario de la Virgen María. Allí, la escuela estaba dentro de la Iglesia Mayor, donde, como de costumbre, él hizo que sus alumnos recitaran el Rosario de la Virgen María, y tuvo una participación muy grande de la gente, especialmente de los padres de los alumnos, y así creció, con el Rosario de los escolares, el honor conveniente a la Virgen María.
Una vez, mientras recitaban el Rosario, una hermosa Señora y un hermoso Hombre aparecieron en el Altar, sentados en un Trono de artesanía angelical, y permanecieron ahí hasta el final del Rosario. Al final del Rosario, María Nuestra Madre y Reina, descendió del trono y arrodillada, pidió a ese Hombre, que era Su Hijo el Salvador del mundo, la bendición para sus Siervos los Rosariantes. El consintió y les dio bendiciones, y a esa visión maravillosa y extraordinaria, siguió la emoción de todos los corazones; y la suavidad que la visión dulce encendió a todo el mundo, y cada uno atestiguó tener a la Señora radiante y encantadora. Al final, el Maestro entró en la Orden de los Predicadores, y viviendo allí, se convirtió en un gran Predicador, y continuamente recomendaba a toda la gente que conocía el rezo del santo Rosario, y ardientemente trabajaba para honrar, alabar y exaltar a la Virgen María, y perseverando en la santidad, murió en Paz.
(De los escritos del Beato Alano de Rupe: “El Santísimo Rosario: El salterio de Jesús y de María”. (Libro
5).
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