9 LA VISIÓN DE LA FURIA DEL DIABLO

Por esa época, un día de Corpus Christi, jueves, 1623, fervorosa y humilde rezaba Madre Mariana de Jesús al pie del Sagrario, mientras en la Iglesia Mayor se daba culto público a Jesús Eucaristía. En eso, salió de sus sentidos y conoció, en visión, que aquella región sería muy favorecida con Gracias y Misericordias por el culto público y solemnísimo que, en los siglos futuros, sería dado al Santísimo Sacramento. Vio la Procesión tan devota que se hacía por las principales calles de la ciudad, con la participación de las Comunidades religiosas, de las cuales muchos miembros llevaban en sus cuerpos instrumentos de penitencia. Vio la fe y la piedad de los fieles, y la complacencia con que Nuestro Señor Jesucristo paseaba por las calles de la ciudad, en aquellos felices y venideros tiempos.
 

Mas, ¡oh dolor!, también vio la furia que tenía el diablo por todo eso y cómo se empeñaría por derribar por tierra el sólido edificio de la piedad católica, fundada en la fe de los hijos de Dios, valiéndose para conseguir tal intento de los propios hijos de esta patria, que fueran perdiendo los sentimientos de fe, legados por sus mayores. Ellos mismos trabajarán para oprimir a la Iglesia en sus congresos, impidiendo el culto público, por haberse pasado ya al bando de Satanás, inscribiéndose en las logias Masónicas. Vio que esa generación del país, sin fe, constituida por los hijos ingratos de la Iglesia Católica, los que la oprimirían sin piedad, dando fin a las piadosas procesiones que atraían las bendiciones de Dios. Y, que ese tiempo sería de llanto y dolor para todos los hijos fieles de la Iglesia, que numéricamente serían pocos, con sus Prelados y Pastores. Y se le mostró la viña de la Iglesia florida y hermosa, en la cual entrando el jabalí pestífero y horrible de la masonería, la dejaría arrasada y en completa ruina. (...) 

Madre Mariana de Jesús volvió en sí en los brazos de las Hermanas que la lloraban, pensándola muerta, pues ya eran las cinco de la tarde y no daba señales de vida, desde las nueve de la mañana. Su aspecto era cadavérico, pero no causaba miedo, quiso hablar, levantarse, caminar, pero no lo consiguió por más esfuerzos que hiciese porque su cuerpo se caía sólo... En ese desfallecimiento, volvió a perder los sentidos y vio esta vez la no correspondencia de los Ministros del Altar a su Santa Vocación, y la manera indigna con que algunos se acercaban al Santísimo Sacrificio. Pesó las causas, y su alma se ahogó en un profundo dolor!..

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