4 TERCERA APARICIÓN DE NUESTRA SEÑORA

Fue en la prisión del Convento donde Nuestra Señora eligió aparecer de nuevo. Sucedió el 16 de enero de 1599. Envuelta en una luz brillante, Madre Mariana vió aparecer la más bella Dama que dijo:
 

«Yo soy María del Buen Suceso, una invocación bien conocida en España y una a la que a menudo recurrían. (...). La tribulación que mi Santísimo Hijo te ha dado es un don celestial para embellecer el alma y para celebrar el aplacamiento de la ira Divina, tan dispuesta a desencadenar un castigo terrible a esta colonia ingrata. ¡Cuántos crímenes ocultos se cometen en ella! (...). En poco tiempo, el país en que viven dejará de ser colonia y se convertirá en una República libre. Entonces, conocido por el nombre de El Ecuador, tendrá almas heroícas para sostener en público tantas calamidades privadas. 

Aquí, en este Convento, Dios siempre encontrará estas almas, como violetas escondidas. ¡Maldito sería Quito sin este Convento! El rey más poderoso de la tierra con todas sus riquezas no podría levantar nuevos edificios en este sitio, porque este lugar pertenece a Dios. En el siglo XIX, un Presidente verdaderamente Cristiano (García Moreno) vendrá, un hombre de carácter que Dios Nuestro Señor dará la palma del martirio en la plaza contigua a este Convento mío. Él consagrará la República del Ecuador al Sagrado Corazón de mi Hijo Santísimo y esta Consagración sostendrá a la Religión Católica en los años venideros, que serán los años malos de la Iglesia. En estos años, durante los cuales la maldita secta de la Masonería se hará cargo del gobierno civil, habrá una cruel persecución de todas las comunidades religiosas, y también un golpe violento en contra de una de las mías. Estos desgraciados creen que el Convento ha sido destruido, pero Dios vive y Yo vivo, y vamos a aumentar nuestras defensas y pondremos delante de estos enemigos dificultades imposibles de vencer, y el triunfo será nuestra. (...). Así pues, es el deseo de mi Santísimo Hijo que se haga una estatua de mí, como me veo yo ahora, y que se coloque a la silla de la Abadesa para que pueda gobernar a mi Convento. En mi mano derecha, se coloque el báculo y las llaves del claustro, como señal de mi propiedad y autoridad. 

En mi brazo izquierdo se pondrá mi Divino Niño: para que, primeramente, los hombres sepan lo poderosa que soy para aplacar la ira Divina, la obtención de justicia y la misericordia y el perdón para todo pecador que viene a mí con un corazón contrito, porque Yo soy la Madre de la Misericordia y en mí sólo hay bondad y amor, y, segundo, de modo que a través del tiempo mis hijas sepan que soy la que les muestre y les dé a mi más Santo Hijo y su Dios como un modelo de perfección religiosa y que deben de acercarse a mí para que les lleve a él ».
 

A las dudas de la madre Mariana de que, aún el escultor más calificado no podría hacer la estatua de Nuestra Señora, respondió:
 

«Mi hija, no estoy de acuerdo con lo que has dicho. Mi siervo Francisco con sus propias manos heridas tallará mi estatua y los espíritus angélicos le asistirán. Él mismo me colocará su cordón, el símbolo de todos los hijos e hijas que pertenecen tan estrechamente a mí. Para la altura de mi estatua, usted mismo me medirá con el seráfico cordón que usted usa alrededor de su cintura: traiga el cordón a mí y tome un extremo del mismo en la mano. El otro extremo deberá tocar a mi pie. (...). Aquí, mi hija, tiene usted la medida de la altura de su Madre Celestial. Díle esto a mi siervo, Francisco del Castillo, y descríbale a él mis rasgos y vestimenta. Hará el trabajo exterior de mi estatua...». 


En este período, la Madre Mariana había sido encarcelada de nuevo con las Madres Fundadoras, pero el mismo año, el obispo de Quito, después de una investigación sobre los hechos ocurridos en el Convento, después de haberse dado cuenta de sus errores, escribió una nota a la madre Mariana, en el que declaró:
 

«... Pido a Vuestra Reverencia a que sea ahora y para siempre la que gobierne en el Convento, incluso por encima de la presente Abadesa, que deberá consultarle en todo y pedirle su consejo en todo lo que hace, obedeciéndole como Madre y Fundadora...».
 

La caridad de la Madre Mariana hacia las Hermanas rebeldes y, en particular a su líder, la hizo pedir a Nuestro Señor que le diera a ella los castigos necesarios para salvar su alma.
 

Así, en 1601, la hermana rebelde cayó gravemente enferma y fué curada con cuidado por la Madre Mariana, que inició un período de cinco años de sufrimiento y expiación para el alma rebelde que quería salvar. Al término de este período, la hermana rebelde murió y, justo después, fué elegida Abadesa la Madre Mariana, por tercera vez (1606-1609), y de nuevo por cuarta vez (1609-1612).

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