1 APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


 

Era el año 1582. Un día, después de un incidente particularmente amargo con una de sus hermanas, Madre Mariana fue a los pies de Jesucristo, comunicándole su tormento y suplicándole por fortaleza. Mientras hablaba con Jesús, en un instante, oyó un ruido enorme, y vió que la Iglesia entera se había quedado inmerso en una oscuridad, como de polvo y humo. Mirando hacia arriba, la hermana Mariana vió el Altar principal iluminado como si fuese de día. De repente el Sagrario se abrió saliendo de él el Santo Cristo, del mismo tamaño que en el Gólgota; la Santísima Virgen a los pies, San Juan y la Magdalena virtiendo lágrimas como perlas. Viendo esto, la humilde virgen se creyó culpable, se postró en tierra con los brazos extendidos en forma de cruz, clamando:
 

«Señor yo soy la culpable,castígame a mí, pero perdona a tu pueblo».
 

Entre tanto el Ángel de la Guarda la levantó diciéndole:
 

«No eres la culpable, levántate y ven te voy a comunicar un gran secreto».
 

Se levantó y vió a la Santísima Virgen:
 

«Mi Señora, le dice, ¿soy yo la culpable?».
 

A lo que Ella le respondió:
 

«No eres tú culpable sino el mundo pecador!».
 

En esto el Señor comenzó a agonizar y se escuchó la Voz del Padre Eterno que decía:
 

«Este castigo será para el Siglo XX!».

Vió tres espadas sobre la cabeza del Santo Cristo y en cada una decía:
 

«Castigaré la herejía, la blasfemia, y la impureza».
 

Madre Mariana supo, entonces, todo lo que acontecería en el Siglo XX. La Santísima Virgen prosiguió:
 

«¿Quieres, hija mia, sacrificarte por el pueblo de ese tiempo?».
 

A lo que Mariana respondió:
 

«Mi voluntad está dispuesta».
 

E inmediatamente las espadas se desprendieron del Santo Cristo, clavándose en el corazón de Mariana, la cual cayó muerta por la violencia del dolor. Ella se presentó ante el Juicio de Dios. Nuestro Señor le presentó dos coronas: una de la gloria inmortal cuya hermosura nadie podría expresar, y la otra de azucenas blancas rodeadas de espinas, y le dijo: 

«Esposa mía escoge cualquiera de estas coronas».
 

Ella tuvo que escoger entre la gloria del Paraíso y la gloria de su regreso a la tierra, para sufrir como víctima de sacrificio para aplacar la divina Justicia por las herejías, impiedades y las impurezas que se cometerán en el siglo XX.
 

Asegurada por las palabras de la Virgen María y su promesa de ayudarle en esta terrible prueba, la hermana Mariana respondió:
 

«Mi señora y Madre, cúmplase en mí la Voluntad Divina».
 

Después de estas palabras, Mariana escogió, humildemente y con resignación, la corona de azucenas rodeadas de espinas y regresó al mundo a ofrecerse.

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